Nos cuesta decir ¡Buenos días! al vecino, cada vez usamos menos el ¡gracias! y ver cómo alguien cede su asiento a una embarazada en el autobús es poco menos que un imposible. Ser atento es una excentricidad, un rasgo que incluso debilita en un entorno cada vez más competitivo. Los expertos lo confirman con espanto: vivimos el fin de la amabilidad. "La amabilidad es un valor en crisis en nuestra sociedad"
Haga memoria. ¿Cuántas veces su gracias se ha quedado huérfano de respuesta? ¿Cuántas la atención al cliente que le han prestado en un comercio ha sido mejorable? ¿Cuántas se ha cruzado en un pasillo con alguien conocido que ha bajado la mirada para no saludarle? Y, sea sincero: ¿cuántas fue usted quien se olvidó de utilizar el por favor?
Un valor del pasado. Una vez asumido que somos cada vez menos amables, cabe preguntarse, ¿cómo hemos llegado a esta situación? Según Félix Losada, director de Marketing y Relaciones Institucionales de la consultora Deloitte, y autor del libro Protocolo Inteligente (Ed. Grijalbo), en los años 70, la ambición social de libertad e igualdad nos llevó a desterrar todo lo que considerábamos que nos hacía menos libres e iguales. Y las primeras en caer fueron ciertas normas no escritas de interrelación, ciertos hábitos que facilitaban la convivencia y que hasta entonces habían formado parte de nuestra educación básica.
Una cosa es superar el besar la mano a las damas o el uso del usted para dirigirse a los progenitores, y otra muy distinta dejar de pedir las cosas por favor, ser impuntual por sistema o convertirse en un peligro al volante: La cortesía social evoluciona, y es lógico que ciertas normas de urbanidad que se quedan obsoletas se sustituyan, pero hay unos principios que debemos cuidar porque son la base de nuestra convivencia. Por ejemplo, ser generosos y dar prioridad a las personas de más edad o los discapacitados debería ser una máxima de obligatorio respeto universal.
Amable significa, según definición de la RAE, “digno de ser amado, afable, complaciente, afectuoso”. Sin embargo, hay quien piensa que, en estos tiempos que corren, llevar la amabilidad por bandera no nos hace más queridos sino todo lo contrario: Para Bart Simpson, el modelo de muchos niños, la amabilidad es de idiotas. Y, según muchas propuestas musicales que veneran los jóvenes, ser amable es cosa de tontos.
¿Hay esperanza? Pues, el futuro de la amabilidad social es bastante negro, y más en estos tiempos de crisis. Nos hemos vuelto aún más individualistas y competitivos, de modo que el estrés y el nerviosismo generalizado pueden hacer que, en cualquier momento, uno muestre lo peor de sí mismo. Y hay quien no ve salvación posible: Vivimos en una especie de selva donde no hay más ley que la del ‘yo’ y el ‘ahora’ y no nos preocupamos de los demás porque estamos constantemente pendientes de ocuparnos de nosotros mismos. Así que, a no ser que todos nos pongamos de acuerdo para luchar por una convivencia más amable, el mundo que vamos a dejar a nuestros hijos será bastante inhóspito.
Todavía es posible rehabilitar la amabilidad, pero para ello necesitamos algo más que recuperar el código de urbanidad y buenas maneras del siglo pasado. Se trata de dejar de desviar la mirada cuando nos cruzamos con el vecino; de saludar cuando entramos en el ascensor de nuestro trabajo; de reprimir esos instintos animales que aparecen cuando nos ponemos al volante; de evitar los empujones ante la puerta del autobús aunque por ello perdamos el asiento; de dar las gracias al taxista por su atención y recibir un amable de nada a cambio. En definitiva, se trata de sonreír en vez de fruncir el ceño para hacer la vida de todos un poco más soportable. Al fin y al cabo, es gratis y sienta muy bien.
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