La alegría es una cuestión ansiada por todos, como una especie de felicidad. Un estado de gozo, deleite y gusto, todas esas palabras variadas que sirven para expresar la misma idea según los diccionarios “Sentimiento grato y vivo producido por un motivo placentero que, por lo común, se manifiesta con signos externos”.
Para que exista la alegría necesariamente debe existir su opuesto. Sin lo contrario a la alegría, ése sería nuestro estado normal y aceptado, y por ello, poco valorado. No sabríamos de la existencia de la alegría, ni no fuera por la tristeza, la amargura y el desconsuelo. Y es obvio que entre las dos situaciones, preferimos la alegre. La consecuencia es un tanto amarga: necesitamos sin remedio al quebranto y la aflicción.
Relacionado con lo anterior está otro aspecto, la temporalidad del gozo. Ninguna alegría dura para siempre y eso en sí mismo produce desazón. Pero es parte de nuestra existencia misma en esta vida. Podemos entender lo anterior con gran facilidad, pues forma parte de la vida diaria que hemos experimentado en carne propia. Aquí no hay problema.
Pero queda el gran reto de intentar definir qué es la alegría o la felicidad. Sin entrar en demasiadas complicaciones, podemos definirla como una estado personal de gran satisfacción. Quizá como el día en el que se ha graduado algún hijo, o incluso cuando se tiene una simple charla con amigos verdaderos. Sin embargo, la definición dada es muy simple, porque no define eso que debe ser satisfecho.
Sí, tenemos necesidades de comer, beber, vestido, casa y demás. Dan ellas sin duda satisfacción y gozo. Poderlas satisfacer es parte de la felicidad, de esa de la que no nos damos cuenta hasta que nos falta. Sin embargo, debe haber más y eso es fácil de demostrar: toda la historia muestra que vamos más allá de las necesidades simples, a las que refinamos y superamos para crear arte, por ejemplo, o descubrir cómo funciona el mundo.
Sin duda somos una especie a la que le agradan los retos y que tiene una curiosidad ilimitada. Nos gusta conocer, nos agrada inventar, nos fascina entender y somos capaces de pasar conocimiento de una generación a otra.
Dicen que las arañas en la Edad Media construían sus telarañas igual que ahora, pero que nosotros hemos ido del estilo románico hasta la arquitectura moderna. Nos deleita el arte, la música, la diversión, los chistes. Todo eso es parte de nuestros gozos y alegrías.
Hay gozos irrelevantes o simples, como quizá los tengan quienes están al tanto de la vida de los célebres y famosos. Pero también hay gozos de mayor hondura y significado, como el nacimiento de un hijo. Es decir, somos capaces de distinguir entre la felicidad superficial y el gozo más profundo y trascendente. Obviamente no es lo mismo ganar una partida de póquer que lograr la publicación de un libro.
Tenemos una buena idea de lo que vale la pena. Podemos darnos cuenta de que hay diferentes niveles de gozo y por eso preferimos los más altos, porque son mejores, más intensos, más fundamentales.
La alegría como sentimiento vital, Si dejamos abiertos de par en par los sentidos, nuestro cuerpo y nuestro espíritu, en perfecta sintonía, se dejan invadir por la Naturaleza y por la vida que late en los demás seres, como por arte de magia nos sentiremos inundados de la paz, la fuerza, el orden y la belleza de esa maravillosa sinfonía de la creación en todo su esplendor. Y es que la vida en sí misma es un generador constante de alegría.
Estar abiertos a la Naturaleza proyectándonos sobre ella con amor y con ternura, aspirando la fuerza del agua de los torrentes, el canto de los pájaros, el verde amplio de las praderas, la fresca sonrisa de un niño, o el rostro añoso de un anciano, es la forma más sencilla y natural de enriquecernos con la alegría más sana y auténtica, la que rezuma a raudales la vida que nos rodea, porque 1a alegría es un sentimiento vital y dondequiera que aliente un soplo de vida, allí se encontrará la alegría.
El niño, desde su más tierna infancia, de ser educado para la alegría poniéndole en contacto directo con el equilibrio, el orden, la fuerza y la belleza de los seres que le rodean. Ha de percibirlos, sentirlos Y. amarlos para sentirse y amarse a sí mismo como parte integrante de la maravilla del Universo.
La alegría se aprende en efecto, se aprende a ser alegre y el aprendizaje de la alegría debería ser tarea primordial en el hogar y en la escuela. Si es verdad, como diría R. Guardini, que "Educamos más por lo que somos que por lo que hacemos o decimos"..., ser adultos alegres, cambiar nuestras actitudes deprimentes, negativas y derrotistas por otras entusiastas, positivas y esperanzadoras de una educación para los valores humanos.
Se descubre, El niño descubre la alegría al sentir su propia vitalidad y su propio cuerpo en perfecto funcionamiento. Los sentidos que le abren a la vida, te enseñan a descubrir las primeras alegrías, marcadamente instintivas. De forma gozosa, la piel «se alegra» en los besos v las caricias de la madre; los ojos disfrutan y «se alegran» con la variedad y matices de formas v colores; la boca se «alegra» con el placer que le produce la succión del pecho materno, y el oído se complace alegremente con los sonidos armoniosos.
Paulatinamente, el ser humano va evolucionando hacia una alegría menos sensitiva y corporal y más interior, profunda y espiritual en la medida en que accede a la completa madurez mental y psíquica la paz interior, la armonía, entendimiento con nosotros mismos y la aceptación de la realidad que nos ha tocado vivir, preparan el camino hacia esa alegría sublime que pone en paz al hombre consigo mismo y con los demás, y que sólo es posible encontrarla, engarzada y asociada a los más nobles sentimientos que anidan en el corazón humano.
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